Era el día de la ejecución y Hugo Ward, cuyas manos estaban atadas por cadenas, era arrastrado por el verdugo hacia la guillotina. Su cabeza estaba cubierta por una capucha negra para que nadie pudiera ver su rostro.
Hugo podía oír a la multitud enfurecida burlándose de él, pero esto no lo perturbaba. Sabía que la única manera de que su Casa Ward sobreviviera era morir él como el único pecador.
—¡Mátenlo!
—¡Muere, traidor!
El verdugo levantó su mano como señal para que la multitud guardara silencio. Cuando todos se calmaron, el verdugo abrió su boca. —Todos, este hombre es Hugo Ward. ¡Conspiró con el Grupo Víbora del Norte para causar daño a nuestro Imperio Leone! A causa de sus tratos con esos bandidos, ¡muchos de nuestros soldados murieron!
Entre la multitud, Alec Ward y los demás de la Casa Ward miraban a su jefe de familia con sentimientos encontrados. Algunos estaban contentos, mientras que otros estaban tristes.