El mundo alrededor de Arturo parecía caer en un absoluto silencio, como si el mismo aire hubiera dejado de moverse.
Los vientos desérticos, una vez tan duros y cegadores, habían desaparecido. Su atención se centró en el rostro frente a él, y su corazón se hundió incrédulo.
El rostro que le devolvía la mirada era familiar, pero la revelación fue tan impactante que casi parecía irreal. Su aliento se atascó en su garganta y, durante un largo momento, no pudo procesar lo que estaba viendo.
—¿A-Ana? —Arturo murmuró, su voz temblorosa, como si el peso de la verdad lo estuviera hundiendo. Sus ojos, abiertos de par en par por el choque, nunca abandonaron los de ella.
La mirada de Ana temblaba, su pecho se apretaba al darse cuenta de que la verdad había sido expuesta. Su máscara, que una vez había ocultado su verdadera identidad, se había ido—arrancada.