—Ana, no digas eso. Estoy seguro de que cualquiera que haya sido su situación, hiciste todo lo posible. Eres la mujer más bondadosa que conozco y te desvivirías por aquellos a quienes quieres. Por eso me enamoré de ti.
Los ojos de Ana parpadearon con un tumulto de emociones, sus manos temblaban mientras luchaba por comprender las palabras de Arturo.
¿Por qué tiene que seguir haciéndola sentir así?
Su mirada se levantó para encontrarse con la de él, un destello de incertidumbre en sus ojos —No soy tan buena como tú crees. Yo... yo... —Su voz se quebró, desgarrada entre la urgencia de confesar y el instinto de mantener sus secretos ocultos.
Arturo sacudió firmemente la cabeza, su expresión resoluta —Esto no va a funcionar. Déjame llevarte a algún lugar —dijo. Antes de que Ana pudiera reaccionar, la alzó en sus brazos con sorprendente facilidad. Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa mientras ella se aferraba instintivamente a él —Arturo, ¿qué estás