La indignación, rápida y feroz, bailaba en los ojos de Amelia, su voz un látigo que buscaba cortar a través de la niebla de sospechas que colgaba pesada entre ellos —¡Qué audacia, lanzar acusaciones contra nosotras, contra ella! ¿Crees que puedes presentarte ante el presidente, llevando la mancha de esta sospecha infundada, sin consecuencias? Sus palabras, agudas y mordaces, se clavaron en los cinco con el calor de la ira justa.
Un temblor, sutil pero inconfundible, recorrió la forma de Raquel, sus labios temblaban como hojas bajo el peso de una tormenta en ciernes.
La intensidad de su mirada se clavó en el hombre, una fuerza silenciosa y persuasiva que lo hizo inclinar la cabeza, reconociendo el poder y la posición que ella ostentaba.