William solo necesitaba fundir los minerales, limpiarlos con sus martillos, antes de comenzar a poner los toques finales sobre la forma definitiva de estas bolas explosivas.
—¿Qué estás haciendo? —En medio de todo esto, y mientras martilleaba un trozo de mineral fundido para limpiarlo con todas sus fuerzas, se sobresaltó de repente por una voz suave, una que hizo que abriera los ojos de par en par y se detuviera en sus acciones.
—Tú... —se giró para ver a una joven dama, una que tenía una belleza como nunca antes vista. Su rostro era tan blanco que brillaba como un ángel, con un largo y espeso cabello blanco que se extendía sobre sus hombros.
Llevaba un vestido negro, con muchas gemas brillantes que estaban fijas alrededor de su cuerpo. Tenía una estatura similar a la suya, con un par de ojos negros profundos que le hacían pensar que podría ahogarse en ellos.