Pero eso era lo normal en cualquier otro día, no en este. Todos se levantaron y adivinaron la mayor parte de lo que había sucedido. Estos jóvenes, de los que nunca esperaban mucho, hicieron tal milagro... Y eso fue gracias a William.
Si él les pidiese que arrojasen sus vidas, ellos cumplirían con gusto sin ninguna vacilación. En este momento, William tenía un prestigio muy alto en sus corazones, uno que nadie más que las figuras poderosas y formidables del clan disfrutaban.
Por supuesto, William no era delirante. Sabía que esto era solo un efecto temporal de su sobresaliente esfuerzo aquí. Dales tiempo a estos maestros espirituales, y romperían tal hechizo que él les había lanzado y volverían a actuar todos arrogantes y altivos hacia él de nuevo.
Escuchando sus palabras, parte de los maestros espirituales fuertes se movieron. Agarraron las lanzas, las apuntaron en los tres huecos, y comenzaron a arrojarlas todas, todas en dirección a esa puerta.