Al principio, un círculo mágico casi del tamaño completo de la habitación apareció bajo los lobos. Luego, mechones de fuego empezaron a aparecer en los bordes del mismo.
Fueron aumentando en número mientras comenzaban a girar, despacio, acelerando con más y más fuerza y velocidad. No pasó mucho tiempo antes de que el fuego se convirtiera en un torbellino furioso que se extendía desde el suelo hasta el techo.
El grupo se quedó allí, observando la columna de fuego que estaba consumiendo a los lobos restantes por docenas cada segundo. Era una vista impresionante.
Astaroth giró ligeramente la cabeza, mirando a Fénix. Sabía que un hechizo de este tamaño requería una cantidad enorme de maná, ya que había visto el hechizo antes.
Fénix estaba detrás del grupo, jadeante y sudando, con las manos en las rodillas. Astaroth caminó para colocarse junto a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó él, en un tono bajo.
—Estaré… bien… gracias —ella respondió entre respiraciones pesadas.