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Cuando el destello de luz se extinguió, Sarnor volvió a abrir los ojos. Su adversario había desaparecido de su lugar, pero algo le hizo sonreír levemente.
La punta de su espada estaba ensangrentada, en una longitud de unos tres pulgadas y todavía estaba goteando. Eso significaba que había acertado.
Uno de los soldados que la rodeaban se acercó a ella.
—¡Señora! ¿Deberíamos informar al rey de que ha escapado? —preguntó el hombre, saludando a la mujer.
—No. Yo misma le informaré a Su Majestad —respondió ella, despidiendo al hombre.
Sarnor sacó un paño de su cinturón y limpió la punta de su estoque. A juzgar por la longitud de la mancha de sangre, estaba casi segura de que había perforado su corazón.
Aunque el chico hubiera escapado, estaba segura de que a menos que recibiera un tratamiento inmediato de magia curativa de alto nivel, moriría antes del final del día.