—¿P… P… Puedo ayu… ayu… ayudarle, Se… Se… Señor? —tartamudeó el soldado nervioso.
Con el tono más inexpresivo que el soldado hubiera escuchado jamás, Astaroth respondió.
—Sí. Hagan entrar a esta niña pequeña. Requiere la protección del reino. Su madre está… fallecida.
El aura de Astaroth se intensificó un poco más al decir esa última palabra, provocando un pequeño grito del soldado. Era evidente que era un recluta, estando asignado a un puesto de guardia como este. El joven no tenía más de veinte años, y probablemente no había visto casi nada en la vida. Estar cara a cara con Astaroth, quien en ese momento ejercía suficiente poder como para estar a la par con los oficiales militares de la capital, era mucho para procesar para el soldado. Pero se mantuvo firme, asintiendo con la cabeza mientras el sudor le salpicaba la barbilla.
—Por su… su… puesto, Señor. Por aquí, peque… peque… ña señorita —dijo el soldado intentando recuperar su compostura.