—¿Llevarlo? ¿A dónde podrías posiblemente... —La ira de Belzebú desapareció como un espejismo cuando captó el aroma que emanaba de Exedra.
—Tú... ¿un Qlipoth? —preguntó con un tono atónito.
Nunca olvidaría el olor del árbol bajo el cual él y sus hermanos habían nacido.
Pero no podía entender cómo era posible que hubiera uno en este plano de existencia.
Exedra miró fijamente al señor demonio de gran tamaño con cabeza de oveja.
—No lo estoy intentando activamente pero... es inquietante que nunca pueda ocultarle nada —pensó.
—Eres más sabueso que demonio, ¿no es así, Belzebú?
—¡¿Quién es este bastardo para dirigirse a mi señor de una manera tan informal?! —rugió internamente Pítias.
—Soy más viejo de lo que puedes imaginar, chico. Hay muy poco que puedas ocultarme, una vez que me propongo saberlo, pecado de la lujuria —dijo Belzebú.
—Así que eres entrometido, lo tendré en cuenta —Exedra caminó hacia el cuerpo dormido de su padre.