—Entonces, esta va a ser tu última oportunidad si quieres salir por esa puerta con tu virginidad, ¿entiendes? —preguntó Anon con una sonrisa muy malvada.
—S-Sí... —respondió Mari con tono asustado, porque sabía que Anon estaba a punto de pedirle algo que no sería capaz de hacer y por eso, agarró el mango de la espada, que Anon le había lanzado antes.
«Mejor muerta que entregar mi cuerpo a este bastardo psicópata», pensó Mari mientras reunía fuerza en su mano y empezaba a pensar una y otra vez en suicidarse clavándose la espada directamente en la tráquea.
—Bien, este es el encargo más sencillo... Todo lo que tienes que hacer es matar a los que te traicionaron —habló Anon mientras empezaba a tejer su red de palabras dulces.
En cuanto estas palabras entraron en la cabeza de Mari, ella no podía entender qué quería decir Anon con eso.
—¿Q-Qué? ¿Quién me traicionó? —preguntó Mari con expresión confundida.