—Hace ciento cincuenta mil años, en el Reino del Dragón, dentro de una montaña masiva, ocho dragones se sentaron en tronos, y frente a ellos estaba un anciano dragón envuelto en cadenas.
—Entonces, ¿algún último deseo antes de morir, Padre? —uno de los dragones, sentado en el trono del medio, preguntó con una sonrisa.
Él era completamente negro, con ojos brillantes dorados, dos alas muy largas y dos cuernos negros.
—¿Por qué traicionarías a tu propio padre, Hijo? —el anciano preguntó con una expresión triste.
—Eh...? ¿Por qué te traicionaría? Bueno, ¿no puedes verlo tú mismo? Te traicioné por este trono, Padre.
Te traicioné por este trono y este poder. Mis amigos aquí me ayudaron con ello, y ahora podemos hacer que la raza de los dragones sea una de las razas más fuertes en estas tierras sagradas.
Te dije lo mismo, Padre, pero tú me abofeteaste y me dijiste que es malvado y que Dios me castigaría.