—Oye, Fe... Tengo un favor que pedirte —habló Anon.
—Hmm...? ¿Un favor? —preguntó Fe mientras se giraba hacia Anon con una expresión confundida.
—Hay trozos de este travertino puro en las cenizas de estos carruajes quemados. ¿Puedes ayudarme a recogerlos? —pidió Anon.
—Sí, ¿por qué no? Pero si estás pensando que vas a hacer un arma con ello, entonces olvídalo —dijo Fe.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Anon con una expresión confundida.
—¿Realmente crees que puedes derretir el metal más fuerte del planeta con un horno normal? E imaginemos que de alguna manera lo derretiste... ¿cómo vas a darle forma? Porque, si quieres hacer armas de este travertino puro, necesitarás un martillo encantado muy especial con runas prohibidas sobre él, y esas runas las conoce una sola persona en este planeta —habló Fe mientras miraba a Anon con una sonrisa.
—Hmm...? ¿Quién podría ser esa persona? —preguntó Anon con una sonrisa burlona.