—¿Viste eso, Marinda? Tus leales soldados están abriendo las piernas frente a mis ogros, míralas cómo se menean sus sucias vaginas y ruegan a algunos monstruos que las follen. ¿Es eso lo que les enseñas en la Casa de la Bruja? —Anon rió entre dientes, lanzando una sonrisa astuta hacia Marinda.
—E-Esto no puede ser real... Estas mujeres no han tocado a un hombre en los últimos 10 años. ¿Cómo pueden comportarse así? —Marinda exclamó, con evidente incredulidad en sus ojos.
Ella misma había entrenado a estas mujeres para combatir a cualquier hombre en el planeta. Sin embargo, ahora estaban creando este espectáculo depravado ante todos, sin preocuparse en absoluto de manchar la reputación de la Casa de la Bruja ni su propio estatus. Parecían consumidas por sus deseos carnales.