—Entonces, para resumirlo todo: todos trabajan para una persona desconocida que los hizo adictos a esta droga, y ahora no pueden vivir sin ella si no se les inyecta en las venas cada siete días, ¿verdad? —preguntó Anon.
—Sí —respondió la mujer a cargo.
—Bien, tengo una última pregunta. ¿De dónde sacan a toda esta gente que han masacrado para hacer sus clones malvados y sin mente? —Anon preguntó con una sonrisa.
—El rey Alfred financió nuestra investigación. No sabemos por qué lo hizo; solo sabemos que todas estas personas fueron enviadas aquí desde su continente y él también proporcionó los suministros de comida —explicó ella.
Anon de inmediato recordó: «¿Rey Alfred, eh? Nunca lo vi en el campo de batalla ni una vez. Ahora que lo recuerdo, Derein me habló del rey que se negó a apoyar a Arturo en esa batalla, tal vez su nombre era el rey Alfred».
—Pero hace dos días, recibimos algo que nos sorprendió —continuó ella con una expresión seria.
—¿Qué? —Anon preguntó con curiosidad.