—Ahí lo tienes. Es todo tuyo, señora. Puedes llevarlo a donde quieras —dijo Anon, haciendo un gesto hacia la Pistola de rieles.
—Oh, lo haré. Y yo que pensaba que tendría que arrebatártelo —respondió Seti mientras comenzaba a caminar hacia la pistola de rieles.
—Pero, señora, no puedes tomar la invención de alguien así como así, y... —Antes de que Letti pudiera decir algo más, Seti se giró y clavó su mirada en Letti, con los ojos ardientes en rojo.
—Señora Letti, no interfieras en mis asuntos. Yo no soy tu subordinada, tú eres mi subordinada —afirmó, y luego volvió su atención hacia la pistola de rieles, sus ojos llenos de codicia.
«¡Esa cosa! Si puedo descubrir cómo funciona y replicarla con mi brujería, será el arma más poderosa jamás creada en este mundo», pensó Seti, con una sonrisa codiciosa en sus labios.
—Aléjate de ella, o te harás daño —advirtió Seti a Anon mientras alcanzaba la pistola de rieles, intentando levantarla.