El avión se lanzó a la acción cuando Wolfe empujó los aceleradores hacia adelante, deslizándose sobre el agua antes de alzarse suavemente en el cielo.
La vista alrededor del Bosque de las Hadas era muy diferente a la de hace unas semanas. La hierba muerta lucía un verde vibrante hasta donde alcanzaba la vista, y el persistente frío que parecía nunca abandonar los Desiertos Congelados, incluso en verano, había desaparecido, dejando el aire cálido incluso a esta temprana hora de la mañana cuando el sol apenas había asomado el horizonte.
Según entendía Wolfe, así era como debían ser las cosas, dado que los Desiertos Congelados se encontraban cerca del ecuador del planeta, y solo la magia los había mantenido congelados durante tanto tiempo.