Michael estaba de buen humor. Aprendió mucho sobre los Sellos Principales, el Nido, que incluía cómo funcionaba el Nido, cuánto más fuertes eran todos y qué habían estado haciendo en los últimos siglos. El conocimiento recién adquirido sobre las Maldiciones era casi tan placentero como la comida. Pero solo casi.
La comida era extraordinaria. Michael no podía recordar haber comido tan bien en los últimos 20 años.
—Debieron haberme sobornado con esa comida. Esto es una locura —pensó, casi riendo en voz alta al reconocer cuán fácilmente era influenciado por la buena comida.
Desafortunadamente, su buen humor se vio empañado por la aparición de un hombre familiar. De hecho, llamar a ese hombre familiar era exagerar. Michael realmente ya no conocía a ese hombre. Era solo que se veía igual que hace una década. No había cambiado.
Pedro Fang, su padre, apareció en la cafetería.
