El trato era bastante simple.
Michael recibiría la información que quería, y los Elfos recibirían el cadáver del Señor Gogi. Ambos lados se beneficiarían enormemente.
—Aceptamos el trato. ¡Déjanos entrar y podemos hablar toda la noche! —la elfa dijo generosamente dándole una leve sonrisa.
Sin embargo, Michael no se movió ni una pulgada. Frunció el ceño profundamente y negó con la cabeza.
—Eso no va a suceder. Hablaremos aquí, ¡con la barrera entre nosotros! —anunció Michael, dejando clara su postura.
—Por supuesto, si dejas tus armas y me permites atar tus brazos y piernas, reconsideraré dejarlos entrar. Pero no creo que nadie aquí quiera estar atado como un prisionero —agregó después de unos segundos.
Michael sintió que los otros Elfos lo miraban con descontento y burla, pero no le importaba. Susurraban entre ellos en lengua élfica, lo cual Michael ignoró. No le importaba si lo consideraban un cobarde.