Howard trató al Duque de Blunrick, Anton, con un respeto equitativo.
Su lógica era directa: ambos eran entidades independientes capaces de determinar sus propias relaciones exteriores, lo que necesitaba un respeto mutuo.
El Duque Anton encontró la actitud de Howard hacia él tanto desarmante como encantadora.
Anton, percibiendo a Howard como un rey del vasto Reino de Oungria, inicialmente espera un aire de superioridad en su interacción.
Contrario a sus expectativas, encuentra el comportamiento de Howard inesperadamente sencillo y accesible.
Esta cordialidad inesperada lleva a Anton a desarrollar una impresión favorable de Howard, incluso alimentando la intención deliberada de forjar una relación más estrecha con él.
Motivado por esta nueva admiración, Anton se esfuerza mucho por complacer a Howard, involucrándolo en una conversación llena de observaciones humorísticas que provocan una risa sonora del rey.