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Una energía enigmática impregnaba a John, observable bajo su escrutinio.
Este poder convergía, como una llama naciente, y sin esperar a que John introspectara su estado corporal, la llama titilaba sutilmente, alimentada por la arrogancia.
Con la codicia sirviendo de yesca —¡chasca!
Una llama estalló de inmediato, y bajo su tenue resplandor, John examinaba su propia fisiología, que temblaba incesantemente. Oleada tras oleada de emociones negativas asaltaban su psique.
¡No!
John ejerció toda su fuerza para suprimir las emociones dentro de él.
Se esparcían como tinta en el agua, filtrándose en su psique, amenazando con abrumarlo con negatividad.
En lo profundo del abismo...
Allí, en las profundidades, yacía el dominio de la arrogancia, un lugar de encuentro para demonios ancestrales, todos feroces y maliciosos, postrándose ante un ángel oscuro de seis alas.
Lucifer, con ojos de un rojo sanguíneo, miraba fijamente el cielo.