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La Duquesa miró a su esposo con preocupación, su voz teñida de consuelo —¿Por qué te preocupas tanto? Enfrascarte en un concurso de voluntades con alguien de mero rango caballeresco, ¿no temes perder la dignidad?
El rostro del Duque, normalmente la quintaesencia de la resolución, mostraba una expresión atribulada.
—Howard me muestra demasiado poco respeto —respondió con un dejo de amargura.
La Duquesa intentó razonar con él —No puedes hablar de él en esos términos. Después de todo, él envió un enviado y cumplió con todas las formalidades necesarias al pie de la letra. No podemos reprocharles por ese motivo.
Levantándose de su asiento, el Duque echó una mirada al tapiz rojo bajo sus pies, su voz teñida de presentimientos —Howard es un hombre peligroso. No puedo arriesgarme a mantenerlo bajo mi mando. No quiero terminar como este tapiz, pisoteado bajo sus pies.
—Déjalo ser —instó la Duquesa, su voz una mezcla de sabiduría y paciencia.