—No, yo me encargaré de esto personalmente —declaró Howard con determinación inquebrantable.
Viendo su resolución, el mayordomo no tuvo más remedio que consentir.
Volviéndose hacia la joven, le habló con severidad, —Chris, ten especial cuidado. No le hagas daño a este noble, o enfrentarás consecuencias severas.
Chris levantó la mirada hacia Howard, mordiéndose el labio mientras asentía en reconocimiento.
Habiendo crecido en los barrios bajos, siempre había albergado un profundo desdén por la aristocracia.
Incluso ahora, reducida a la esclavitud, su deseo de derribar a cualquier noble que encontrara seguía siendo inmutable.
En sus ojos, Howard, vestido con su armadura ornamentada, no era más que un noble débil, completamente inútil en combate.
Su deseo de enfrentarse a ella sin sufrir ninguna herida era, para ella, una indicación de su completa ignorancia sobre lo que significaba una verdadera batalla.
No era más que un tonto adinerado.