—Estás aquí.
La voz del hombre sonaba suave, como ondas en un lago. Pero un escalofrío recorría el cuerpo de Jezeneth al escucharla.
Su expresión se mantuvo seria mientras se inclinaba aún más.
—Sí. Has llamado.
Un breve silencio se apoderó del espacio mientras el hombre simplemente miraba a Jezeneth, su pequeña sonrisa inmóvil.
Inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado.
—Mmm, es correcto. He llamado.
Sus pasos resonaron en el espacio mientras continuaba descendiendo la escalera, sin prisa.
—Jezeneth.
La atmósfera se volvió más pesada.
Los ojos de Jezeneth se agudizaron y ella sutilmente cerró sus puños.
—Sí.
—¿Sabes por qué las plantas crecen como lo hacen? —preguntó. Su tono sonaba más curioso que reprendedor. Continuó sin esperar una respuesta.
—...¿Por qué algunas se tuercen hacia el sol, mientras que otras se arrastran por la tierra, buscando oscuridad?
Sacó una hoja muerta de su manga con un movimiento ágil.