Pasó otro minuto.
El delegado Dimensari abrió la boca para hablar de nuevo, pero la puerta se abrió de golpe antes de que pudiera pronunciar una palabra.
Todas las cabezas se giraron hacia la entrada.
Una sola figura entró.
La habitación quedó helada.
Era él. Atticus Ravenstein. El ápice de la humanidad.
La mirada de los delegados se agudizó al instante, como buitres rodeando a su presa. Sus habilidades de observación fueron llevadas al límite al escudriñar cada detalle del joven que había causado tal conmoción.
Los pasos de Atticus eran medidos, deliberados, cada uno resonando a través del ahora silencioso salón. Pero no eran sus movimientos los que les mandaban su atención.
Era su aura.
Dominante. Abrumadora. Absoluta.
No escondía nada. No había contención, ningún intento de suavizar su presencia. Su aura cubría el salón, presionando sobre cada individuo como el peso del mundo.
Las expresiones de los delegados cambiaron.
Incredulidad.
Choque.
