Atticus estaba un poco sorprendido. Había reconocido su serena presencia en el momento en que ella entró, pero eso no cambiaba el hecho de que su visita era sumamente inusual. Levantándose de su posición sentada, se inclinó respetuosamente.
—Vamos, cariño, ya hemos pasado esa etapa. Dame un abrazo en su lugar —dijo Seraphina con una cálida sonrisa.
Pero Atticus dudó, mirándola antes de aclarar su garganta. —Qué trampa tan letal.
A pesar de tener más de un siglo de edad, Seraphina no aparentaba su edad en absoluto. Su piel perfecta, curvas perfectamente acentuadas y rasgos juveniles le hacían parecer como si estuviera en sus treinta.
Técnicamente podría ser mayor que Atticus, pero considerando que su madurez superaba ampliamente su edad física, la situación no era menos incómoda.
Atticus constantemente tenía que recordarse a sí mismo que ella era una anciana para mantener su compostura.