—Los siguientes días fueron una mezcla de adaptación para Rey —comenzó el texto. Permaneció en el refugio, una estructura subterránea fortificada con gruesas puertas de acero, muros reforzados y alojamientos espartanos pero funcionales. Era un espacio lúgubre excavado de una estación de metro abandonada, iluminado por tenues luces improvisadas alimentadas por generadores rescatados.
El aire estaba constantemente pesado con tensión y el olor a aceite y concreto húmedo.
El pequeño grupo que vivía allí—nueve personas en total—parecía haber tallado un semblante de orden en medio del caos que había sobrepasado a la Tierra. Rey estaba bajo estrecha vigilancia, especialmente por parte de Josh, el hombre rudo que parecía haberse autonominado la sombra personal de Rey.
Josh no se molestaba en ocultar su desconfianza —señalaba el narrador. Dondequiera que Rey iba, Josh seguía, sus agudos ojos captando cada movimiento.