—Estás despierto —dijo una voz calmada pero cautelosa.
Rey giró su cabeza, encontrándose con la mirada de un joven que estaba a unos metros de distancia.
Parecía tener unos veintitantos años, con el cabello castaño despeinado y ojeras, como si el sueño fuera un lujo que no había tenido en mucho tiempo. Sus ropas estaban gastadas pero funcionales, una mezcla de tela remendada y cuero reforzado que sugerían tanto practicidad como supervivencia.
—¿Dónde...? —La voz de Rey salió ronca, y se aclaró la garganta—. ¿Dónde estoy?
El joven no respondió inmediatamente.
En cambio, sus ojos agudos lo escanearon de cabeza a pies, evaluándolo con la precisión de alguien acostumbrado al peligro. Antes de que Rey pudiera repetir su pregunta, la puerta de la habitación chirrió al abrirse, y una mujer entró.
El cuerpo de Rey se tensó involuntariamente.
Su presencia era imponente, sus movimientos precisos y deliberados.