Silencio.
El tribunal estaba lleno de una calma inconfundible, que envolvía a todos los presentes. Las Hadas miraban a su líder, mientras Esme observaba a Ater, el único que se había mantenido compuesto desde el inicio de la conversación hasta este momento.
Él miraba directamente al Rey de las Hadas, cuya expresión turbada traicionaba su magnanimidad.
—Tuve una visión... —al decir esto, toda la atención se concentró en él.
—Este mundo llegará a su fin. Será volteado en una marea abrumadora de sangre y llamas —susurró—. Y... mi pueblo no sobrevive.
—¿Es por eso que buscas la Singularidad? ¿Para cambiar vuestros destinos? —preguntó Ater en respuesta, levantando las cejas.
—Quizás.
El silencio siguió a esas palabras.
—Quizás sea inútil luchar contra un destino que ha sido profetizado desde el principio, cuando fui traído a la existencia por primera vez.