Adonis estiró su mano, y su Espada Divina apareció de la nada.
Como siempre, resplandecía con majestuosidad indescriptible.
—¿Entiendes, Lucielle? Eres tú y yo.
Cuando Adonis dijo esto, Lucielle sintió que su corazón latía aceleradamente. Se dio cuenta de lo peligrosa que era la situación, y de lo increíblemente inadecuada que era.
Sin embargo, una vez que le dijo que la necesitaba... no tuvo más opción que avanzar y aceptar.
—¡Entendido! ¿Tienes un plan? —preguntó Lucielle.
Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Adonis, y le dio a ella una mirada muy orgullosa, casi melancólica.
Se sentía diferente a la clase de mirada que un estudiante daría a su maestro, o la que los aliados compartirían entre sí.
Esto se sentía mucho más íntimo.
—Gracias. Y sí, tengo un plan… —Adonis respiró hondo y soltó un suspiro rancio.