—Lhars —. Las palabras eran como agua para su alma.
Forzándose a no gemir de pura alegría, Lhars rodeó con sus brazos a ella y la atrajo hacia sí, y ella acudió voluntariamente, apoyándose en él, sus rodillas presionando las de él, sus brazos envueltos alrededor de su cintura. Y ella apoyó su cabeza en su pecho.
Lhars no podía respirar. Mientras estaban juntos en el aire frío de la noche, se maravillaba de cómo ella encajaba contra él tan perfectamente, todas sus curvas abrazando suavemente todos sus ángulos duros. Era, pensó, la metáfora perfecta para su amistad tanto como para sus cuerpos.
Ellos eran opuestos en tantas formas, y sin embargo sus diferencias se complementaban, en lugar de irritarse mutuamente.
Lhars cerró los ojos y absorbía la sensación de sostenerla, esperando que ella se alejara. Pero ella no lo hizo. Ella no lo hizo.
Luego ella lo apretó más fuerte y él contuvo la respiración, su pecho se estrechaba.