—Cuando terminaron con Nick y lo devolvieron a sus guardias, Yhet rodaba junto a Sasha, y no era la primera vez que notaba cómo él acortaba su paso para mantener un ritmo con el que ella pudiera mantenerse cómoda.
Y notaba lo preocupado que estaba.
Habían dejado a Nick en la choza y no había nadie más en la plaza de la aldea, así que en cuanto atravesaron la primera fila de árboles, ella levantó una mano al grueso antebrazo de Yhet.
Él miró hacia ella, sorprendido.
—¿Qué sucede, Sasha-don? —preguntó Yhet.
—Por favor no uses el título, Yhet. Iba a preguntarte lo mismo —respondió Sasha.
Yhet gruñó y agitó una de sus enormes manos del tamaño de un jamón.
—Estoy bien, Sasha, ya te lo dije. Simplemente no he podido moverme lo suficiente últimamente —afirmó Yhet.
—Yhet… por favor no me mientas —insistió ella.
Ella dejó de caminar y Yhet también se detuvo, mirándola fijamente, con las cejas espesas fruncidas hacia su nariz. Cuando él no dijo nada más, Sasha se acercó y bajó la voz.