—Por supuesto que no, milord —El conde Gerald actuó rápido, él sabe que al lord Ian no le gusta repetir sus palabras y nunca querría estar en el lado malo del señor. Junto a él, la condesa Grace y la dama Mónica se apresuraron a recoger sus faldas e hicieron una reverencia como para disculparse.
Saben mucho mejor que nadie que ofender a Ian, el señor de Warine, solo podría acarrear la muerte y, por lo que parece, la mujer junto a Ian era mucho más preciada de lo que creían. Si por error ofendían a la mujer, temían que sus cuellos entrarían en contacto con su fría espada, pensaron.