Elisa lo miró con los ojos muy abiertos. Primero observó la mansión y luego la apuesta cara de Ian, rebosante de un pensamiento lleno de travesuras que no ocultaba en su mirada. ¿No podía haber malinterpretado las palabras del Señor Ian, verdad? Pero por la mano que él extendió, no parecía que fuera así y tampoco parecía que estuviera bromeando.
—¿No vas a bajar? —preguntó él, adelantando su mano para que ella la viera claramente.
Elisa se mostró indecisa entre bajar o rechazar su oferta y quedarse en el carruaje. Sus ojos azules miraban a su alrededor rápidamente, y él seguía cada pequeño movimiento.
—¿Voy a acompañarte a la mansión? —finalmente preguntó e Ian retiró su mano hacia el costado. Pero no iba a detenerse.
Dando un paso adelante, se inclinó para enfrentarla. Ella podía percibir en su expresión la incomprensión ante la razón de su pregunta.