Elisa miró el claro espejo líquido. Introdujo sus manos un poco dentro del espejo para sentir un viento frío. —Orias —dijo antes de entrar y Orias, que los había estado observando atentamente, recuperó la sonrisa que antes había perdido.
—¿Sí, mi señora? —preguntó el sirviente diligentemente.
—¿Quizás sabes o has oído dónde encontró mi abuelo el libro que podría resucitar a los muertos? ¿Tal vez el lugar o la persona que tenía el libro? —dijo Elisa. Considerando que Orias había dicho que solo se había quedado al lado de su abuelo. Ella pensó que era posible que lo hubiese oído.
—Sí, lo sé, su alteza —respondió Orias cuando la idea se le ocurrió—. Recuerdo cómo se rió el rey cuando descubrió dónde estaba.
La declaración de Orias hizo que Elisa se cuestionara. ¿Se rió?
—¿Dónde está? —Ian fue quien preguntó. Se preguntaba si debería llevar al sirviente ya que sabía mucho al seguir como un perro obediente a Satanás.