No parecía en absoluto que Belcebú estuviera bromeando. Parecía incluso tenso, y el leve rastro de su sonrisa había desaparecido —Solo una vez, Ian. Eso es todo lo que necesito—. Una pizca de súplica se notaba en la voz de Belcebú cuando habló.
Una puñalada no significaba nada para Ian, ya que era capaz de curar su herida sin mover un dedo ni lanzar un hechizo, pero el problema era con qué Belcebú iba a apuñalarlo. Considerando que esta era una orden de Lucifer, tenía que ser más cuidadoso, pues cuanto más cuidadoso, mejor.
—¿Qué pasa si no lo hago? —preguntó Ian.
Un silencio estancado llegó al corredor, Belcebú suspiró como si nunca hubiera querido pronunciar las pocas palabras que dijo después —Tendré que apuñalar a tu prometida.