Elisa, quien observaba cómo sus labios, que eran amplios y llenos en el color, se movían vivazmente, leía las palabras que él decía una vez más. Ella leía cuidadosamente sus labios, sin querer perderse nada de lo que hablaba. Finalmente, después de que sus labios se cerraron, Ian repitió —¿Estás esperando un castigo para trabajar, Elisa?
En respuesta, Elisa bajó la vista a su escoba, olvidando su trabajo porque Ian le había hablado. Esto no era su culpa por detenerse, sino del Señor Ian por distraerla, pensó Elisa y luego le susurró de vuelta —Voy a reanudar mi trabajo, que tenga un buen día, señor Ian.