A medida que Ember y Erlos se acercaban al punto medio hacia el palacio, un silencio inusual envolvía su camino. Erlos, sintonizado con las sutilezas de su entorno, detectó un cambio. Sus orejas se movieron, lo que lo llevó a bajar la voz.
—Señora Ember...
—¿Puedes llamarme simplemente Ember? —lo interrumpió ella—, recordándole su viaje al clan de las brujas.
Erlos vaciló, reconociendo la transformación en su estatus. —Tu posición se ha elevado significativamente desde aquellos días, al ser ahora una dama del palacio y oficialmente la compañera de Su Majestad. No me parece apropiado que yo...
—Solo cuando estemos solos. Ya no tengo amigos. Morfo era el único... —Su voz se apagó, dejando entrever una sombra de tristeza en sus ojos—. Lo extrañaba.
—Ember —finalmente Erlos se dirigió a ella por su nombre—, te llamaré Ember cuando estemos a solas, ¿de acuerdo?