Los dos caballeros también se levantaron para seguir al príncipe, pero lo escucharon decir:
—Esperarme aquí.
Fuera de la taberna, Rhian encontró a Juan Loco tambaleándose en sus pies, aún murmurando su descontento y maldiciendo a aquellos que se reían de él. Rhian pensó cómo acercarse mejor a un hombre mayor como él.
Se acercó al anciano y sostuvo su brazo, ayudándolo a caminar:
—Déjame ayudar, Abuelo.
Juan miró al joven desconocido con ojos entrecerrados:
—¿Quién eres tú?
—Solo soy un viajero. Te vi luchando por caminar, así que pensé en ayudarte.
El viejo soltó una carcajada:
—Eres un joven considerado.
El príncipe no hizo comentarios y le preguntó a dónde se dirigía. Le ayudó a caminar en dirección a su casa:
—Abuelo, te escuché hablar de algún dragón y un reino oculto.
—Todos piensan que estoy inventando historias. Nadie me cree.
—Yo te creo —dijo él—. ¿Me contarás más?
Los ojos de Juan se abrieron visiblemente, como si la curiosidad de Rhian lo hubiera sobrio: