Mientras su conciencia luchaba con su racionalidad, los ojos grises de Morpheus se clavaban en los verdes de ella.
—Sí lo hago. Te amo… —confesó con una sonrisa—. Te amo Ember.
Y luego se inclinó para darle el beso que ella estaba exigiendo.
—Aunque esté mal, aunque lo olvides, aunque sea un recuerdo que solo yo pueda atesorar… permíteme ser egoísta por última vez, amor mío.
Disfrutó de su beso, grabando cada precioso segundo, deleitándose con su dulce sabor.
Y sin importar cuán dulce sea una ilusión, al final, Morpheus tuvo que enfrentar la amarga verdad: que estaba enamorado de una mujer que no le correspondía.
—Espero que me perdones, Ember, —solo podía rezar en silencio en su corazón—. Si recuerdas este beso, que no sientas asco por este hombre bajo y egoísta. Incluso en la muerte, no podría soportar tu odio. No me odies. Todo lo que quiero es que nunca me odies.