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—¿Qué lugar es este? —preguntó ella con los ojos muy abiertos.
—Donde me gusta pasar mi tiempo solo —respondió él sin dar mayores detalles.
Ella caminó adelante y observó esa tierra hasta donde su vista le permitía. Mientras se abría paso entre las plantas que le llegaban a las rodillas, la agradable brisa seguía jugando con sus largos mechones castaños.
—¿Cómo se llaman estas? —preguntó ella mientras arrancaba una flor amarilla.
—Dientes de león —respondió él sin apartar la vista de ella.
Ella lo observó de cerca. —Tan delicado.
—Como tú —afirmó él con una sonrisa.
Ella levantó una ceja hacia él, sin sentirse enojada por ser llamada delicada, pero sonrió juguetonamente. —¿Lo soy?
—Sí —asintió él—. Bastante.
Luego ella miró a una flor blanca. —Parecen más delicadas que esta.
Draven arrancó una de ellas y se la entregó. —Puedes intentar soplar sobre ella.