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Draven estaba sumergido en la piscina conectada a su aposento con los ojos cerrados. El sueño que había estado viendo estos días destelló una vez más en su mente.
Una mano empuñando un arma afilada, la sangre fluyendo de una puñalada y el sonido de alguien llorando.
Abrió los ojos y esta vez, no parecía sorprendido, como si la visión ya no le afectara. Cada vez que su visión llegaba a la parte donde el atacante apuñalaba ese arma, Draven sentía un dolor agudo en su pecho, como si él mismo estuviese experimentando el ataque.
'Un arma hecha de magia divina, una creación que lleva la sed de sangre de su creador, su misma existencia no se detendrá hasta cumplir su propósito. Un arma que trae la muerte.' Estaba decidido. 'Si ese es el caso, debería ser yo quien reciba ese golpe. No puedo perder más de mi gente.'
Recuerdos desagradables que había enterrado hace tiempo empezaron a aflorar, haciendo que su normalmente inexpresivo rostro se torciera de ira.