Draven miró los montes expuestos de ella con la mirada de un depredador. Su aroma a jazmines frescos y el olor de ella en sus días fértiles lo estaban volviendo loco. Un pensamiento dominaba su mente, que no podía esperar para enterrarse profundamente dentro de ella y llenarla hasta el borde.
Sus grandes palmas manosearon sus suaves y redondas colinas, y luego su cálida boca descendió para devorarlas. Su áspera lengua jugaba con esos capullos erguidos que esperaban rígidamente su atención.
—Draven... ahhh...
Entre jadeos, ella pronunció su nombre. Cada vez que él succionaba y mordisqueaba, ella arqueaba la espalda en respuesta, sus manos aferrándose a sus fuertes hombros como para animarlo a ser más rudo.
—Mhm? —respondió él, pero era más el tipo de respuesta que mostraba que uno disfrutaba de un delicioso manjar.