Ember pensó que los hombres bestia del Clan del Tigre Blanco ya eran enormes y salvajes, pero eran gatos adorables en comparación con los seres que tenía frente a ella. Con piel grisácea verdosa como piedra, el grupo estaba compuesto de machos con colmillos salientes de sus mandíbulas inferiores, sosteniendo en sus manos lanzas, garrotes y varas como armas. La agresión y la brutalidad parecían emanar de sus cuerpos musculosos.
Con los ojos muy abiertos, Ember tomó en cuenta la visión de los gigantes dos veces más altos que ella. Dado su gran tamaño, no podía evitar preguntarse cómo se movían tan sigilosamente que ni siquiera escuchó sus pasos.
La criatura más cercana a ellos emitió un rugido furioso, hablando de una manera que Ember no podía entender.
—Señorita, retroceda. Me ocuparé de estos orcos —dijo Erlos mientras se ponía delante de ella, posicionándose de tal manera que ninguno de los orcos pudiera verla detrás de él.