—Reya y Clio. Quizás Yula les haya dicho que... —Justo entonces, sus sirvientes entraron en su cámara con grandes sonrisas en sus rostros.
—Buenos días, señorita —ambas la saludaron, que estaba mirándolas, solo para que ella les preguntara algo pero…
—Señorita, ¿qué es eso que tiene en la mano? —preguntó Clio.
—Lo vi ayer por la tarde cuando trajimos té para usted, pero olvidé preguntarle —añadió Reya.
—Así que no fueron estas dos —Ember concluyó—. ¿Yula visitó mi cámara esta mañana?
—Señorita, eso es imposible. La dama Yula regresó a su hogar anoche después de terminar su trabajo y tendrá unos días libres —contestó Clio rápidamente.
—¿Libre?
—La hija de la dama Yula estará de regreso en casa, así que se tomó unos días libres para pasar tiempo juntas en familia.
—La dama Yula realmente ama a su hija.
—Entonces no fue Yula —Ember concluyó de nuevo—. Entonces no hay otro culpable. Tuvo que ser él. ¿Lo hizo... Realmente lo hizo?
Su rostro se sentía muy, muy caliente.