Li Xue miró al hombre que estaba sentado con serena calma. Esa calma le recordaba constantemente el silencio premonitorio antes de una tormenta.
Su cabeza estaba echada hacia atrás en una postura relajante, los ojos cerrados, pero ella podía sentir la oscuridad que podrían estar ocultando esos orbes de acero detrás de sus párpados cerrados. Pero incluso en este momento peligroso, no podía controlar el desmayo que sentía por sus encantos.
Aunque su cerebro estaba ocupado pensando en cómo podría engatusar al Señor Belcebú, sus ojos estaban ocupados admirando cada uno de sus perfectos y marcados rasgos bajo la tenue luz amarilla de belleza del carro. Desde sus largas pestañas oscuras hasta su delgado par de labios. Desde su nariz bien definida hasta su perfecta línea de mandíbula. Todo en él era tan perfecto.