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Desde que se expuso su verdadera identidad, Isla sabía que los aldeanos no podrían comportarse libremente con ella, como en el pasado. La única persona que podía venir a su casa sin reparos era su exmarido.
«Qué molesto», pensó Isla. Su mirada permanecía fija en el hombre que no parecía poder dejar de mirarla.
—¿Madre? —Isla salió de repente de su furia interna y luego se volvió hacia su hijo, que la miraba preocupado.
—Damien... —Un poco inquieta, cerró la distancia entre ellos rápidamente, y volvió al piso de rodillas.
—¿Estás listo para la escuela? —preguntó con una pequeña sonrisa, una vez más acariciando su suave cabello castaño. Pero en su corazón, maldecía a su exmarido por hacerla olvidar a su precioso hijo por un breve momento.