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Lu Qingfeng se había acabado de regresar a la Mansión Yun esa mañana siguiente a su trote matutino. El cielo seguía oscuro ya que casi era el amanecer. La canción que sonaba en su auricular le hacía compañía mientras miraba la familiar casa a la que Su Xiaofei lo había llevado cuando era apenas un niño de seis años.
Pensándolo bien, no había sido él quien la había reclamado primero, sino ella. Ese día, conoció a la niña engreída y a la persona más hermosa que había visto en su corta vida, leyendo un libro por su cuenta mientras estaba sentada en el banco mientras todos estaban ocupados jugando al balón prisionero a varios metros de distancia de ella.
El joven Lu Qingfeng se había escapado de sus guardaespaldas, ya que no soportaba ser observado por otros. Sus padres acababan de fallecer en un accidente unos meses antes y había quedado bajo el cuidado de su abuelo.