Aurelia sintió que su corazón se saltaba un latido cuando Calipso le mostró su usual sonrisa arrebatadora. Era una hipérbole, claro está, pero eso era lo que siempre sentía cada vez que se exponía a sus encantos.
—¿Oh? ¿Ya sabes lo que estoy a punto de decir? —lo desafió, con una pequeña sonrisa burlona formándose en su rostro mientras se levantaba y caminaba hacia su lado de la mesa—. ¿Y crees que tenemos la misma idea al respecto también?
—Te conozco lo suficientemente bien —él sonrió también, sus ojos la desafiaban mientras se levantaba para mirarla desde arriba—. Siempre tienes una agenda. Esta vez no es diferente.
Ella sintió comenzar a dolerle el núcleo mientras Calipso comenzaba a pasar sus manos por sus costados. Sus dedos empezaron a deslizarse debajo de su vestido, acariciándola de maneras que casi la hacían querer gemir a pesar de sí misma.
—¿Es así? Pero, ¿y si no tuviera una? —lo desafió de nuevo—. ¿Qué pasa si solo quisiera tenerte? ¿Aquí? ¿Ahora mismo?