Ella continuó corriendo, sujetando la parte delantera de su vestido con la mano y sus pies llevándola lejos del castillo. No pensó en el tiempo hasta que el cielo comenzó a cambiar de azul a rosa y naranja. Ocasionalmente, Madeline miraba hacia atrás para ver si alguien se había percatado de ella, pero no había nadie y eso le ofrecía alivio a su mente.
Sentía su libertad, tan cerca que le brindaba una tranquilidad absoluta a su mente. A Madeline la habían obligado a quedarse aquí, sin su consentimiento, donde todo lo que quería era volver a su hogar. Vivir una vida a la que pertenecía ya que la gente de aquí la hacía sentir fuera de lugar.